Quiero que el primer artículo, en el que entro en materia, sea sobre Derecho Comunitario, pues quiero, en primer lugar, tener esta deferencia por este ámbito del Derecho al que le fui cogiendo cariño a medida que me adentraba en su estudio; en segundo lugar, porque creo firmemente en este proyecto en el que grandes e ilustres personalidades hicieron un esfuerzo y depositaron sus esperanzas para conseguir la paz y la fraternidad entre Estados vecinos; y finalmente, porque creo que actualmente la Unión Europea está -en un sentido metafórico- "enferma" y no hacer nada es dejarla a su suerte. Por todo ello, a continuación aporto mi modesta contribución en este sentido con la siguiente reflexión:
¿Es viable la unión política europea?
Para esto, primero debemos saber qué se entiende
por Unión, y ésta se define en la Real Academia Española como la "acción y efecto de unir o unirse". Por lo tanto,
unir sería "juntar dos o más cosas entre sí, haciendo de ellas un todo"
o "acercar una cosa a otra, para que formen un conjunto o concurran al mismo objeto o fin."
De esto, podemos concluir que la Unión persigue un determinado fin,
subordinando los intereses individuales al interés común de los que conforman
el conjunto de ese todo. Tal y como aparecía en el artículo I-1 de la, non
nata, Constitución Europea, y posteriormente rescatado por el Tratado de Lisboa,
"la
presente Constitución, que nace de la voluntad de los ciudadanos y de los
Estados de Europa de construir un futuro común, crea la Unión Europea, a la que
los Estados miembros atribuyen competencias para alcanzar sus objetivos comunes."
No obstante, si esto es así, ¿por
qué la respuesta a la pregunta sería, a priori, NO? Para empezar, porque desde
algunas esferas políticas de algunos Estados miembros de la Unión Europea, que
son los "actores directos", se
están planteando la conveniencia, o no,
de pertenecer a la misma; duda que se ve acrecentada si se lo planteamos a los
ciudadanos, que no tienen el sentir de europeos, y que tampoco se les puede
exigir, pues los que venden y defienden
esa idea no se la creen. Así pues, lo
que más sienten de Europa los ciudadanos es la falta de liderazgo de
aquellos que les representan y que llevan el timón de un barco que navega a la
deriva, como dice Albert Rivera Presidente de Ciutadans (C’s), en su artículo Unión
o fracaso, "la Unión Europea está
haciendo aguas en todos los campos -político, económico-monetario y social- y
la falta de un proyecto de unión claro, fuerte y de futuro está llevando a los
líderes nacionales a un ridículo intento de regate corto continuo, que no está
permitiendo afrontar el temporal (...)."
Pues
bien, los problemas con los que se enfrenta la Unión Europea en estos momentos
es por esa falta de unión política. Y es que, "a los efectos de la crisis económica y social se suma una crisis
más latente y más antigua, la política. La política del impasse, de la
indefinición, de la contradicción. El gigante económico ya no lo es tanto, no
tiene el dinamismo de otrora, no tiene mucho que ofrecer, y sigue siendo el
mismo enano político que siempre ha sido. Ha llegado el momento de preguntar a
los europeos qué Europa quieren y hasta dónde quieren llegar. Basta de
maquillajes y figuras rimbombantes y a la vez grisáceas. Si no es capaz de dar
una imagen única hacia el exterior, pero sobre todo ad intra, el gigante
enmudecerá de inanición. La voluntad política hay que forjarla a diario. Han de
concluir de una vez por todas las letanías de lo artificioso y los panegíricos
de una Europa desabrida y mal cohesionada." (Abel Veiga Copo, Profesor de Derecho Mercantil de la Universidad
Pontificia Comillas). Por lo tanto, "el
futuro de la UE, (...) sólo es viable si se da un paso adelante, (...) una
federación de estados, con un verdadero parlamento legislativo, un gobierno y
un presidente escogido en las urnas por los ciudadanos y unas competencias que
permitan una armonización como mínimo en materia económica, fiscal, de
fronteras o administrativa y territorial." (Albert Rivera Presidente
de Ciutadans (C’s), en su artículo Unión o fracaso). Así pues, hay que empezar
a mentalizarse de que, como abejas en una colmena, todos tenemos que trabajar y
cooperar por igual, sometidos a las mismas directrices y normas, para la
defensa y progreso de la Unión Europea, y para ello, "debemos combatir democráticamente discursos y políticas de
fragmentación y división, y fomentar las políticas de unión que nos permitan
ser fuertes y tener capacidad de maniobra para afrontar las reformas necesarias
hacia esa Europa unida. Los nacionalismos, por tanto, son incompatibles con la
Europa de los ciudadanos." (Albert Rivera Presidente de Ciutadans
(C’s), en su artículo Unión o fracaso).
Un
impulso fuerte a la idea de Estados Unidos de Europa, ya mencionada por grandes
personalidades de la historia de la Unión Europea, como W. Churchill, hubiera
sido la proclamación de una Carta Magna común para los 27 Estados miembros. Una
Constitución Europea que podría haber sido el instrumento aglutinador de todas
las Instituciones, Órganos, ciudadanos, intereses y actuaciones de Europa. Esa
guía que marque el rumbo a seguir igualmente por todos los que formamos este
gran proyecto, porque lo que no puede ser es que "exist(a) una política
monetaria común pero no una política fiscal armonizada, ni un mercado de
trabajo común, ni siquiera políticas sociales comunes. (...)" (Javier
Tajadura Tejada, en el Epílogo del libro El futuro de Europa. luces y sombras
del Tratado de Lisboa). Y es que ya
Angela Merkel lo anunciaba, al decir que "no
podemos tener una divisa (común) y
que unos tengan muchas vacaciones y otros, muy pocas. A la larga, esto no funciona".
Y eso es correcto, he ahí el porqué de armonizar todas las legislaciones, pero
no lanzando piedras contra tu tejado, diciendo que "en países como Grecia, España o Portugal no se pueden producir
jubilaciones antes que en Alemania", y añadiendo que "no podemos ser simplemente solidarios
y decir que esos países pueden seguir actuando como hasta ahora. Sí, Alemania
ayuda, pero Alemania sólo ayuda si los demás se esfuerzan. Y eso hay que
demostrarlo". Esto denota el individualismo político y el protagonismo
nacional en detrimento del supranacional, ya que Alemania no es la que ayuda, sino
que es la Unión Europea. Europa no es sólo Alemania, ni Francia, sino son los
27 Estados que la conforman. Este es un ejemplo más de la fragmentación
ideológica y política, que, a lo mejor, con
la Constitución Europea se hubiera superado, porque no sólo es
importante dar una sensación de unidad en el fondo, sino también en la forma, y
esto se conseguía en el artículo I-33 de la Constitución Europea, al establecer
que "las
instituciones, para ejercer las competencias de la Unión, utilizarán los
siguientes instrumentos jurídicos, (...): la ley europea, la ley marco europea,
el reglamento europeo, la decisión europea, las recomendaciones y los
dictámenes.", es decir, un sistema de fuentes con
"denominación de origen", "que
en el plano simbólico pudiera hacer pensar en una auténtica unión
política" (Javier Tajadura Tejada, en el Epílogo del libro El
futuro de Europa. luces y sombras del Tratado de Lisboa). Sin embargo, la Constitución
Europea, buque insignia de la Europa del siglo XXI naufragó antes de salir de
puerto y esto se convirtió en una losa a la credibilidad del proyecto de unión
política e hizo que afloraran todas las carencias que tenía, que estaban
ocultas por un megalómano proyecto en realidad asentado en una base de barro
que se está resquebrajando.
La
negativa de dos de los Estados fundadores de la primigenia Comunidad Europea
del Carbón y del Acero, a la Constitución Europea, generó en la Unión una
convulsión y una crisis existencial sin precedente. Para arreglar esta
situación, se intentó recuperar determinadas cosas de la fallida Constitución, mediante
la creación del Tratado de Lisboa. No obstante, esto no fue más que un parche
que, pasados tres años, ya hay que modificar. Pero es lo que actualmente está
vigente y es con lo que los europeos nos guiamos en nuestras actuaciones.
Sin
embargo, no se puede decir que haya ganado credibilidad en cuanto unión
política, ni que haya afianzado, siquiera, el concepto de Unión, pues este va
ligado a lo que se denomina la "comunitarización", que constituye uno
de los elementos esenciales del sistema de integración, tal y como dice
Alcoceba: "la transferencia de
competencias es parte de las particularidades del método de integración que,
desde el punto de vista jurídico, han constituido el armazón
jurídico-institucional que ha conferido al sistema una coherencia y cohesión
que ya dura más de medio siglo y que se proyecta no sólo sobre los Estados
miembros sino también sobre los particulares para la consecución de los
objetivos establecidos. Concretamente, la transferencia de competencias forma
parte de los elementos jurídico-formales esenciales del sistema."
(Alcoceba Gallego en el libro Tratado de Lisboa: ¿menos Europa, más Estado?).
Así pues, el Tribunal de Justicia ha destacado que "la trasferencia operada por los Estados, de su ordenamiento
jurídico interno en beneficio del ordenamiento comunitario, de los derechos y
obligaciones correspondientes a las disposiciones del Tratado, implica pues una
limitación definitiva de sus derechos soberanos contra la cual no puede
prevalecer un acto unilateral ulterior incompatible con la noción de
Comunidad." Con todo esto, no resulta difícil concluir que el
compromiso adquirido por cada uno de los Estados miembros es, en principio y
desde la perspectiva del derecho europeo, definitivo e irreversible. Pues bien,
el artículo 48 del Tratado de la Unión Europea dispone que los proyectos de
revisión de los Tratados "podrán
tener por finalidad, entre otras cosas, la de aumentar o reducir las
competencias atribuidas a la Unión por los Tratados".
A
este respecto, Alcoceba dice que "desde
el punto de vista de la lógica del ordenamiento jurídico de la Unión Europea,
de su naturaleza, de sus particularidades, la posible renacionalización de
competencias no sería acorde con la naturaleza misma del proceso de integración
y supondría una alteración fundamental de él, incompatible, desde un punto de
vista estrictamente comunitario, con la jurisprudencia del Tribunal de Justicia
de la Comunidad Europea en lo que se refiere a los límites formales y
materiales a la revisión de los Tratados" (Alcoceba Gallego en el
libro Tratado de Lisboa: ¿menos Europa, más Estado?). En este mismo sentido, Araceli Mangas destaca
que "el reforzamiento de los Estados
se cobra la posibilidad de hacer revisiones renacionalizando o devolviendo
competencias a los Estados, algo que ningún Tratado comunitario admitió en el
pasado. El principio de progresividad junto con la afirmación de los Tratados
por el mantenimiento del acervo comunitario como un objetivo esencial de la
Unión impedía plantear la renacionalización de competencias atribuidas a las
Instituciones (artículo 2 TUE vigente desde Maastricht). No era absolutamente
imposible un retorno concreto pero no se contemplaba en el derecho formal.
Aquella exigencia sobre el acervo del artículo 2 desaparece de la versión del
Tratado de Lisboa y se añade en las Disposiciones Finales del nuevo TUE que los
proyectos de revisión podrán estar encaminados a incrementar o reducir las
competencias atribuidas" (Mangas Martín en el libro El escoramiento
intergubernamental de la Unión). En similares términos, José Martín y Pérez de
Nanclares ha escrito que "resulta
(...) inaudito que un sistema de competencias, basado en un proceso de
integración cuyo sustento ha sido tradicionalmente el principio básico del
mantenimiento íntegro del acervo comunitario y en el ideario monnetiano de
avanzar "paso a paso" (hacia delante) se plantee (...) la posibilidad
de retroceder en el nivel de competencias atribuidas por los Estados miembros a
la Unión (...) difícilmente podrá ocultarse tampoco que trasluce una
preocupante concepción del proceso de integración europea; al menos de algunos.
Máxime si a ello se suma que (...) las reformas que el Tratado de Lisboa
introduce en materia de control de la subsidiariedad también van encaminadas a
reforzar la posición de los Estados" (Martín y Pérez de Nanclares en
el libro La nueva regulación del régimen de competencias en el Tratado de
Lisboa: especial referencia al control del principio de subsidiariedad). Esta
es una vía de escape que está lejos de lo que significa integración y de la
esencia y el sentido de la Unión Europea, que tendría que ver acrecentado cada
vez más su poder y sus competencias.
Por
otro lado, otra de las contradicciones europeístas, y en el ámbito
institucional, que genera una división, más que una unidad política, es el
debilitamiento de la Comisión Europea, única institución genuinamente supranacional.
"Con el Tratado de Lisboa, el
Presidente de la Comisión se encuentra con que debe compartir su posición de
representación institucional de la Unión con el Presidente estable del Consejo,
y en materia de relaciones internacionales, con el Alto Representante que es
además Vicepresidente de la Comisión. El reparto de funciones entre los tres
cargos dista mucho de estar claramente delimitado. Por ello sigue sin respuesta
aquella pregunta atribuida a Henry Kisinger sobre a quién es preciso llamar si se
quiere hablar con Europa. El Tratado de Lisboa configura así una tricefalia
técnicamente defectuosa y políticamente conflictiva. La tricefalia podría haber
quedado en bicefalia puesto que el Tratado permite que la misma persona sea
Presidente del Consejo y Alto Representante, pero esta opción se ha descartado
(...) como es sabido, los tres cargos han sido ya designados en el más absoluto
secretismo, con total falta de transparencia, entre políticos cuyo denominador
común es su bajo perfil político y su imposibilidad de hacer sombra a los
presidentes de los principales gobiernos europeos" (Javier Tajadura
Tejada, en el Epílogo del libro El futuro de Europa. luces y sombras del
Tratado de Lisboa).
Por
último, en esta pequeña exégesis de la última década, en cuanto a la viabilidad
de la unión política, destacar que el establecimiento de una política exterior
y de defensa común constituye otra asignatura pendiente de la Unión, pues la
adopción de decisiones en materia de política exterior sigue sometida al requisito
de la unanimidad, que conduce inevitablemente a la parálisis. "La política de defensa sigue siendo
competencia exclusiva de los Estados miembros. Estos conservan así unas fuerzas
armadas independientes cuya existencia misma vinculan a su soberanía nacional.
Ahora bien, lo cierto es que bajo la apelación a la soberanía e independencia
nacional nos encontramos con la realidad de que los distintos Estados Europeos
carecen de cualquier posibilidad real de influir de forma determinante (...). Y
lo que es más, desde un punto de vista económico, sus presupuestos de defensa
exigen unas partidas cuya cuantía no resulta justificada. (...) la integración
militar de Europa supondría que con un menor gasto militar podríamos conseguir
unas fuerzas armadas europeas mejor dotadas y más eficaces" (Javier
Tajadura Tejada, en el Epílogo del libro El futuro de Europa. luces y sombras
del Tratado de Lisboa).
Por
lo tanto, con todo lo acontecido en la última década, con lo dicho, y sin
olvidar el actual telón de fondo de la crisis económica y, también, crisis de
identidad de la Unión Europea, ¿es viable la unión política europea?
Sí, porque
hay que exigir a los máximos representantes europeos que exista esa unión entre
todos los Estados que conforman la Unión Europea actualmente, y entre todos los
que en un futuro se incorporen, ya que en la última década se ha producido la
mayor incorporación de Estados a la Comunidad y porque, todavía hoy, somos un
referente internacional y un escaparate para aquellos Estados europeos que aún
demandan incorporarse. Y es que, de una manera u otra, los Estados miembros han logrado una
proyección internacional, política, económica, etc. que sólo lo da la Unión
Europea, y ésta se ha convertido en una pieza fundamental en el devenir de los
acontecimientos en todo el mundo, gracias al impulso y al esfuerzo de todos
esos Estados miembros. Porque el mundo está esperando a que Europa tome una
decisión y tiene que ser una respuesta madura y a la altura de las exigencias. Porque
somos referente en política medioambiental, humanitaria o en materia de
Derechos Humanos. Por lo tanto, vemos
que ésta es una relación mutua que engrandece a ambas partes y sin esa
simbiosis no podrían tener el peso internacional que tienen. Pero para ello, hay
que trabajar y corregir todas las deficiencias que hacen que por parte de la ciudadanía
se dude de esa unión política, volver a afianzar esa credibilidad de un
proyecto entusiasta y avivar las llamas del sentimiento europeísta que un día no
fue más que una idea, un sueño, y que con esfuerzo se ha ido convirtiendo en
una realidad.
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